viernes, 11 de abril de 2014

Toda historia tiene un comienzo

Un  día  lo  llamaron  para confesar a un niño enfermo y, según su costumbre, se puso inmediatamente en camino. Antes de confesar al muchacho, le hizo algunas preguntas para saber si tenía las disposiciones necesarias para recibir los sacramentos.

¡Cuál fue su sorpresa al comprobar que ignoraba los principales misterios y que ni siquiera tenía noción de la existencia de Dios! Profundamente apenado al encontrar a un niño de doce años que no conocía a Dios y asustado  al verlo morir  en esta situación, se sentó a su lado para enseñarle las verdades y los misterios fundamentales de la salvación. Dos horas  empleó en instruirlo y sólo con gran esfuerzo consiguió enseñarle lo indispensable, pues el niño estaba tan enfermo que apenas comprendió lo que le estaba diciendo.  
 
Después de confesarlo,  lo dejó para atender a otro enfermo que se hallaba en la casa vecina. Al salir, quiso saber cómo se encontraba el muchacho. "Falleció poco después de dejarlo usted." -dijeron  sus  padres  sollozando-.  Un sentimiento de alegría por haber llegado tan oportunamente se mezcló en su alma con otro de temor al comprobar el peligro que había corrido el pobre chico.



Regresó pensando y repitiendo en  su interior: " ¡Cuántos  niños se encontrarán a diario en la misma situación y correrán los mismos      riesgos por no tener a nadie que les enseñe las verdades de la fe!" Y la idea de fundar una Sociedad de hermanos, dedicados a impedir este peligro por medio de la educación cristiana, se hizo en él tan obsesiva que fue a buscar a Juan María Granjon y le expuso sus planes.